Empatía: Hay que esforzarse en vivenciar la situación y los sentimientos de la otra personar, procurar introducirse dentro de ella hasta el punto de poder intuir aquello que ella misma no ve. ¿Hasta qué punto eso puede ser una técnica factible de ser enseñada? Más bien depende de la sensibilidad innata del terapeuta, que le hace posible quedarse en blanco, abrirse totalmente al otro de modo que resuene en él, como si se hubiese transformado en una antena parabólica. Emerson decía: «Lo que tú eres habla tan alto que no me deja escuchar lo que dices». Igual pensaba Jung cuando entrevistaba por primera vez a alguien: «A este hombre no lo conozco». Entonces olvidaba todo lo que sabía, se abría por entero al paciente y le dejaba tomar de él justo aquello que necesitaba.
Esta comprensión empática exige no olvidar que se trata de los sentimientos de otra persona y no de los nuestros. Si lo que escuchamos tiene alguna relación con problemas o sentimientos nuestros, es muy fácil identificarse con ellos y sufrir el dolor del otro como si fuera nuestro. La identificación nubla nuestro raciocinio y nos impediría ver con suficiente lucidez cómo podríamos ayudar al otro a clarificar sus propios problemas. Se trata de no sentirse deprimido por su depresión, angustiado por su angustia ni absorbido por su necesidad de dependencia.
Lo ideal es poder entrar en el mundo privado del otro y ver sus sentimientos y motivaciones, sin juzgar ni evaluar, tal como él los ve. Moverse en ese ámbito con delicadeza, sin pisotear conceptos o valores que son importantes para él. Se trata de percibir intuitivamente, no sólo aquellas experiencias que para él son conscientes, sino también esas otras que percibe apenas en forma velada y confusa.
Según decía Rogers: «Cuando la persona se da cuenta de que se le ha oído en profundidad, se le humedecen los ojos... Es como si un prisionero encerrado en una mazmorra - o un sepultado vivo - consiguiera por fin comunicarse con el exterior. Simplemente eso le basta para liberarse de su aislamiento. Acaba de convertirse de nuevo en un ser humano.»
A Rogers le preocupaba la situación actual del mundo, interpretando el caos contemporáneo como los dolores de parto de un mundo nuevo, simultáneo al nacimiento de un nuevo ser humano, capaz de vivir en esa nueva era, en ese mundo transformado. El era consciente de los obstáculos que podría encontrar este nuevo tipo de personas. Las instituciones establecidas defenderían la tradición y se opondrían a toda iniciativa de cambio. El poder siempre ha querido moldear las consciencias y, para ello, puede hacer uso de las nuevas tecnologías emergentes. El dogmatismo y el temor al cambio predominan en las esferas políticas. Pero, a pesar de todo eso, era optimista:
lunes, 17 de mayo de 2010
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